Había una vez, en un cruce vial de una ciudad del norte de la península ibérica, un par de semáforos que gestionaban un cruce en el que se juntaban 2 vías para coches en cada sentido, un paso de cebra para peatones, y un carril de bicicletas. Era un cruce complejo, pues en el semáforo desembocaba un paso elevado que unía la parte oeste de la ciudad con el resto, así como con la estación de tren, y con los locales de la policía a los que todos los ciudadanos del lugar iban a hacer todo tipo de trámites.
Cuando se miraban esos semáforos rápidamente, parecían corrientes y molientes, pero en realidad albergaban un misterio: el rojo para los coches había desaparecido! Los peatones y las bicis seguían teniendo rojo para ellos, pero la señal para los coches pasaba de verde, a un fugaz destello de rojo para continuar en ámbar intermitente durante toda la duración del verde de los peatones y las bicicletas. El ámbar, en vez de aumentar la precaución de los coches, activaba sus ganas de pasar; y siendo una vía con un límite de velocidad de 50km/h, iban demasiado rápido como para poder ver bien a los peatones y bicis, sobre todo los días de lluvia y por las noches.
Los habituales del lugar conocían bien el peligro, y una intrépida ciclista hasta calculaba sus trayectos para llegar justo antes de que su semáforo se pusiera en verde, que era el momento menos peligroso para pasar. Pero muchos peatones y ciclistas no sabían que cuando estaba verde para ellos, el semáforo no estaba rojo para los vehículos, y cruzaban inconscientemente como si se tratara de un semáforo normal.
Nadie sabía a dónde había ido a parar el rojo, era el mayor misterio de la ciudad… O acaso no lo era? Y si esto no fuera un cuento? Porque ese semáforo antes sí que tenía rojo, y este cambio a ámbar y verde se hizo con conciencia, aquí en Gijón, en el cruce de la c/ Carlos Marx con la Av. de José Palacio Álvarez. No es un cuento y el peligro no es abstracto: esta avenida es una de las 7 calles consideradas “puntos negros” de siniestros en lo que va de 2024, y este mes de Noviembre un coche atropelló y dejó herido a alguien que estaba cruzando. A pesar de los datos, esa alta siniestralidad aún no ha conducido a cambiar el semáforo para que vuelva a tener rojo y asegurar el cruce seguro a los peatones y a los ciclistas.
Este cambio que se hizo al semáforo, poniéndolo entre verde y ámbar intermitente para los coches, es contrario a los principios del Sistema Seguro de la DGT – seguridad vial 2030, y en particular el de la responsabilidad compartida. Éste afirma que existe una responsabilidad compartida entre quienes diseñan, construyen, gestionan y usan las carreteras y vehículos, así como quienes proporcionan la respuesta posaccidente. Es fácil culpar al conductor que no frenó a tiempo por no haber visto al que cruzaba, pero esa responsabilidad también la tienen que llevar los que diseñaron ese cruce con poca visibilidad y forma de calzada que facilita una velocidad alta, y pusieron allí, en la curva, un paso de peatones y de ciclista; y también los que decidieron que la buena gestión de ese cruce sería con un semáforo que no obliga nunca a parar salvo a juicio del conductor.
Y además, la DGT “exige un enfoque proactivo con el que adelantarse a los siniestros y sus consecuencias. La pregunta relevante no es tanto ¿ha tenido este tramo de carretera muchos siniestros en el pasado?, sino ¿cómo podemos evitar que los tenga en el futuro?”. Si tenemos en cuenta que en España aproximadamente el 50% de los fallecimientos en accidentes de tráfico urbanos son peatones y ciclistas, lo que se ha hecho en este cruce es lo contrario; es decir, se ha intervenido de tal manera que se ha asegurado aumentar el riesgo para los usuarios vulnerables de este cruce.
Este riesgo no es único en la ciudad, el ámbar sigue siendo peligroso para los peatones en Gijón. Esta semana hubo otra peatona víctima del ámbar en Gijón, en el centro, una señora cruzando en un paso de peatones con su semáforo en verde. Un coche todoterreno pasó su semáforo en ámbar y al torcer atropelló a la peatona, que a pesar de haberlo hecho todo bien, cruzando dónde y cuando debía, acabó en Cabueñes.
El Reglamento General de Circulación indica que la luz amarilla significa que hay que detenerse, o por lo menos ceder el paso, según sea continua o intermitente. El conductor tiene que extremar precaución, pero eso no es lo que vemos a diario en las calles. El ámbar empuja a algunos conductores a acelerar, para no “perder el tiempo”, y consolida la idea de que la calle es para los coches y no un espacio compartido con otros usuarios; los peatones pueden usarla sólo cuando el semáforo está en rojo para los coches, y sólo en el paso de cebra
Para llegar al objetivo de cero víctimas del plan de movilidad de Gijón hay que cambiar ese planteamiento, y considerar la calle entera como un espacio público, compartido, donde los usuarios con mayor capacidad de dañar a otros, por peso y velocidad del vehículo, tengan también la mayor responsabilidad de extremar precaución para mantener ese espacio común seguro.
Deja una respuesta