Articulo publicado por Román Torre en el diario digital Nortes.
Me gustaría empezar este artículo trasladando al lector/a al Gijón del año 2014. Por aquellas fechas y en el barrio del Coto, una familia esperaba con sus hijas en la puerta de un gimnasio, mientras un conductor arrancó su coche a pocos metros. La mala suerte quiso que el conductor se equivocara de marcha y el coche se subió inesperadamente a la acera, atropellando a la familia y causando graves heridas a una de las pequeñas, que finalmente falleció.
Pocas calles más abajo del lugar, junto a una zona escolar y ya en el barrio de Viesques, se encuentra un pequeño y coqueto parque, entre esbeltos árboles, cuyo rincón bautizó Carmen Moriyón, también alcaldesa por aquel entonces, junto a la familia de la menor atropellada, como así atestiguan varios medios locales. El Jardín de Mireia Asenjo se llama desde entonces y es habitual encontrar ramos de flores junto al cartel que lo indica, aunque muy poca gente recuerde ya, entre los columpios el griterío escolar, el motivo de tan magna desgracia.
A pocos metros de él, justo enfrente, se encuentra una de las entradas del colegio público Begoña, a la cual llegamos desde el parque a través de un paso de peatones que va directo hasta la puerta. A izquierda y derecha de esta entrada y en lo que antes eran dos plazas de aparcamiento a cada lado, había hasta este pasado fin de semana instalados una serie de bolardos verdes, de plástico, endebles pero que impedían que se aparque o maniobre con un vehículo, a una distancia razonable.
Durante la pandemia del COVID, bajo aquel concepto de “distancia social” y debido a que la mayoría de los colegios de Gijón tienen alrededor aceras en las que apenas pueden cruzarse dos personas, las esperas de muchos centros escolares se solucionaron así. Se ganó un poco de espacio al coche para no aglutinarse y conservar una cierta separación entre los diferentes miembros de las familias que esperan varias veces al día a sus hijo/as.
Lo que en un principio era una medida sanitaria, algunos colegios, AMPAS y usuarios en general, lo vimos como una oportunidad de mejorar temporalmente el entorno escolar, dotando de seguridad y espacio, a esas entradas y salidas, acostumbrados como estábamos a que algunos familiares de los guajes, los menos, intentarán meter el coche hasta la clase si era posible. Los bolardos, no son la solución definitiva, es algo barato y rápido, pero hace servicio a la comunidad escolar y cumplen con su cometido.
Fuimos varias las AMPAS las que nos pusimos en contacto con la anterior concejalía de Movilidad para instarlos a que instalaran algunos más y seguir mejorando o resolviendo diversos problemas que cada colegio tenía. En el caso de la caótica entrada del colegio Begoña, por la calle Anselmo Solar, así fue, más o menos con la misma técnica.
Incluso en aquel encuentro, fue grata nuestra sorpresa comprobar que estaban preparando una serie de proyectos cuyos planes nos enseñaron y que implicaría la reforma de hasta 6 centros escolares (luego se amplió), cambiando radicalmente el entorno para hacerlos más saludables y seguros.
Al fin al cabo, la preocupación general por sucesos como el del Coto, nunca se había ido, simplemente nos acostumbramos a vivir como si aquel hecho fuera un desgraciado accidente en nuestra hemeroteca urbana. Para nada cómo una de las muchas situaciones ante las que vivimos cada día, en un espacio urbano tan centrado en el coche como el de esta ciudad, donde los menores o van en el asiento de atrás o cuentan poco a la hora de tomar cualquier decisión urbana. Los niños y las niñas de esta ciudad, teóricamente escasos como muchos pregonan, son consciente o inconscientemente, ciudadanos de segunda.
En el Gijón de 2023, casi 10 años después de aquel desgraciado evento y de nuevo con Carmen Moriyón, volvemos hacia atrás con ganas. La alcaldesa se paseó durante la campaña por algunos micrófonos prometiendo caminos escolares seguros y medidas para pacificar los entornos escolares. Llegó a decir que le había pedido a su concejal “una ciudad más pacificada”.
Es por ello que la decisión del concejal de Tráfico y movilidad, Pelayo Barcía, de retirar todos esos bolardos de los centros escolares, mediante las más surrealistas excusas y con la promesa de estudiar implantar medidas que no resten el mínimo espacio al coche en los entornos escolares, ha encendido las alarmas de varias AMPAS, que vemos cómo se retiran esas tímidas medidas sin información, consulta o alternativa cercana alguna.
Desde la concejalía y según estas informaciones salidas en prensa, se habla de diálogo con las direcciones cuando algunas nos comentan que se enteran por la prensa, de la colocación de vallas que impidan que los niños salgan corriendo a tirarse contra los coches, ¡Que manía tienen!. También se habla de un proyecto calcado de la anterior corporación que todo el mundo celebra pero no está ni siquiera licitado. Hablamos de un proyecto todavía no realizado, de los muchos centros educativos públicos que hay en Gijón, sin contar con los concertados y privados a los que también en algunos casos se les han retirado los bolardos.
Mientras en el CP.Begoña, disponemos en esa entrada descrita de 1m de acera, un lujo comparado con la entrada del CP Los Campos, cuyos bolardos se retiraron en verano y apenas tienen 60cm para el peatón. Algo al menos comparado con la entrada de primaria del Nicanor Piñole, donde la puerta desemboca al asfalto de un improvisado parking. Similar de nuevo, a la entrada principal del colegio Begoña, donde hasta el año pasado los coches maniobraban a pocos centímetros de los escolares y cuya visibilidad dentro de un coche, muchas veces es nula. Una entrada donde más de alguna denuncia, desembocó en el cierre al tráfico de ese callejón. Ahora está lleno de juegos, bicis y charlas desenfadadas.
Es curioso además, cómo una corporación acostumbrada a anunciar como propuestas y promesas cumplidas, hasta la más absurda plaza de aparcamiento recuperada, muestra su silencio absoluto cuando se interviene a escodidas en los centros escolares sin alternativa visible alguna.
Recientemente la sociedad pediátrica de Cataluña, ha sacado un decálogo de los puntos más reseñables para que un entorno escolar sea seguro y saludable. En Gijón no solo no se cumplen apenas, salvo raras excepciones, es que además tenemos estudios como el realizado por Ecologistas en Acción el año pasado, donde sabemos que parte de estos centros están sometidos a un entorno contaminado por diversos gases y compuestos,de manera más que reseñable.
Sería bueno, que empezáramos a tomarnos la salud y la seguridad de nuestros hijo/as en serio y evitar que la posibilidad de una desgracia por accidente y salud, no sea una lotería con la que tenemos que vivir, como precio de educar y crecer en la ciudad de Gijón. Sobran ejemplos por toda la geografía urbana española donde se toman medidas y no se escatiman esfuerzos para que ir al colegio sea una experiencia agradable y cercana para todos y todas, incluido para los vecinos del barrio que rodea a esa comunidad escolar. Se puede si se quiere pero así, desde luego que no.
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